Ayer a la mañana, las Hermanas fueron a la Capilla del barrio llevando lo recaudado en la campaña hecha en el Colegio para los damnificados por la inundación, y se encontraron con que en todo el barrio no tenían agua potable. Volvimos, entonces, a la tarde, cargadas de bidones y botellas. Dos chicas y un muchachito estaban desarmando ropa usada, algunas rotas, y cortando cuadrados de tela para después unirlos y armar frazadas. Porque aunque todavía hacía calor, hoy ha comenzado el otoño, y bastante fresco…
Nos sentamos con ellos y nos pusimos a trabajar. Charla va, charla viene, nos fueron contando cómo vivieron el día de la inundación. Y así escuchamos el testimonio de la “multiplicación del estofado”…
Una mamá, humilde y pobre en lo material, pero grande y rica en humanidad, que supo educar a sus ocho hijos en el principio de la acogida solidaria a quien tiene menos que uno, dándoles el ejemplo con la adopción del que hoy es su hijo número nueve.
Aquél domingo de febrero, dos de sus hijos se fueron a ayudar a una vecina a quien, siempre que llueve, le entra agua en la casa. Mientras tanto, la mamá preparaba el estofado para la familia, totalmente ajena a lo que estaba ocurriendo con la creciente. De alguna manera le llegó la noticia de que uno de esos hijos había tenido un inconveniente y, sin dudarlo, apagó el fuego de la comida y fue a buscarlo. No era nada grave lo de su hijo; lo que sí era grave, era la situación general con la que se encontró: gente que buscaba sitios más altos, empapados, sin nada, sin abrigo, sin comida… y sin pensarlo dos veces, los empezó a mandar a su casa. Obviamente, ellos no tienen celular para comunicarse, pero sabía que su hija mayor comprendería, porque sabía qué principios había sembrado y cultivado en sus hijos. Así fue que comenzó a llegar, llegar y llegar gente a la casita, gente desconocida pero necesitada, que contaba el desastre que estaba haciendo el río embravecido. Y el estofado comenzó a reconfortar esos cuerpos, y la acogida solidaria devolvió el calor a esos corazones afligidos, angustiados, deshechos por la pérdida del fruto del trabajo de tantos años… Nadie se quedó sin poder decir su dolor… nadie se quedó sin ser escuchado… nadie se quedó sin el consuelo de ser acogido y contenido… nadie se quedó sin un buen plato de estofado, o dos… Cuando horas después, llegaron los dos hijos y su mamá, y hubieron comido lo suficiente, sólo entonces el estofado se acabó…
¿Milagro?… Sí. Dios sigue haciendo milagros. No salen en la tele, no tienen publicidad, como tampoco la tienen esas familias que saben compartir lo poco que tienen, porque saben lo que es tener necesidad.
Los milagros son posibles cuando la seguridad está puesta en Dios y no en las cosas; cuando educar en los valores del Evangelio es más importante que tener la mejor tecnología; cuando el estofado es servido sin mezquindad ni cálculo egoísta… SÍ, LOS MILAGROS EXISTEN. SÓLO HAY QUE MIRAR A NUESTRO ALREDEDOR, Y VEREMOS LA MANO DE DIOS LLENANDO DE MILAGROS NUESTRA VIDA.
Escrito por Hna. Graciela Ojeda