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"Para llegar al fin, amar..." Fr. José León Torres

Santos y Santas Mercedarias

San Pedro Nolasco

Fundador de la Orden de la Merced (los Mercedarios)
1189-1258
Fiesta: 6 de Mayo

Nace en Barcelona, España, 1189.
A los 15 años sufre la muerte de su padre y se dispone a repartir santamente sus muchos bienes a lo que su madre asiente.

Años más tarde, estando en edad de casarse, peregrina a Monserrat. Allí, a los pies de la Virgen, pudo comprender mejor el vacío de las vanidades mundanas y el tesoro que es la vida eterna. Prometió entonces a la Virgen mantenerse puro y dedicarse a su servicio.

Eran tiempos en que los musulmanes saqueaban las costas y llevaban a los cristianos como esclavos al África. La horrenda condición de estas víctimas era indescriptible. Muchos por eso perdían la fe pensando que Dios les había abandonado. Pedro Nolasco era comerciante. Decidió dedicar su fortuna a la liberación de el mayor número posible de esclavos. Recordaba la frase del evangelio: “No almacenen su fortuna en esta tierra donde los ladrones la roban y la polilla la devora y el moho la corroe. Almacenen su fortuna en el cielo, donde no hay ladrones que roben, ni polilla que devore ni óxido que las dañe” Mt 6,20.

En 1203 el laico San Pedro Nolasco iniciaba en Valencia la redención de cautivos, redimiendo con su propio patrimonio a 300 cautivos. Forma un grupo dispuesto a poner en común sus bienes y organiza expediciones para negociar redenciones. Su condición de comerciantes les facilita la obra. Comerciaban para rescatar esclavos. Cuando se les acabó el dinero forman grupos -cofradías- para recaudar la “limosna para los cautivos”. Pero llega un momento en que la ayuda se agota. Pedro Nolasco se plantea entrar en alguna orden religiosa o retirarse al desierto. Entra en una etapa de reflexión y oración profunda.

Intervención de la Virgen para la fundación

La noche del 1 al 2 de agosto del año 1218, la Virgen se le apareció a Pedro Nolasco. Según una tradición dudosa, también se apareció la Virgen a San Raimundo de Peñafort, y al rey Jaime I de Aragón, y les comunicó a los tres por separado su deseo de fundar una orden para redimir cautivos.

El hecho es que la Virgen María movió profundamente el corazón de Pedro Nolasco para fundar la orden de la Merced y formalizar el trabajo que el y sus compañeros hacían ya por 15 años. El 10 de agosto de 1218 en el altar mayor de la Catedral de Barcelona, en presencia del rey Jaime I de Aragón y del obispo Berenguer de Palou, se crea la nueva institución. Pedro y sus compañeros vistieron el hábito y recibieron el escudo con las cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo de la corona de Aragón y la cruz blanca sobre fondo rojo, titular de la catedral de Barcelona. Pedro Nolasco reconoció siempre a María Santísima como la auténtica fundadora de la orden mercedaria. Su patrona es La Virgen de la Merced. “Merced” significa “misericordia”.

La nueva orden fue laica en los primeros tiempos. Su primera ubicación fue el hospital de Santa Eulalia, junto al palacio real. Allí recogían a indigentes y a cautivos que regresaban de tierras de moros y no tenían donde ir. Seguían la labor que ya antes hacían de crear conciencia sobre los cautivos y recaudar dinero para liberarlos. Eran acompañados con frecuencia de ex-cautivos, ya que, cuando uno era rescatado, tenía obligación de participar durante algún tiempo en este servicio. Normalmente iban cada año en expediciones redentoras. San Pedro continuó sus viajes personalmente en busca de esclavos cristianos. En Argelia, Africa, lo hicieron prisionero pero logró conseguir su libertad. Aprovechando sus dones de comerciante, organizó con éxito por muchas ciudades colectas para los esclavos.

Los frailes hacían, además de los tres votos de la vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia, un cuarto: dedicar su vida a liberar esclavos. Al entrar en la orden los miembros se comprometían a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, en caso que el dinero no alcanzara a pagar su redención. Entre los que se quedaron como esclavos está San Pedro Armengol, un noble que entró en la orden tras una juventud disoluta. Este cuarto voto distinguió a la nueva comunidad de mercedarios.

El Papa Gregorio Nono aprobó la comunidad y San Pedro Nolasco fue nombrado Superior General.

El rey Jaime decía que si había logrado conquistar la ciudad de Valencia, ello se debía a las oraciones de Pedro Nolasco. Cada vez que obtenía algún triunfo lo atribuía a las oraciones de este santo.
Antes de morir, a los 77 años, pronunció el Salmo 76: “Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados”.

Su intercesión logró muchos milagros y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1628.

La misión redentora la continúa hoy la familia mercedaria a través de sus institutos religiosos y asociaciones de laicos. Es también la misión de todo buen cristiano.

¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” Mateo 25:39-40

San Ramón Nonato

Religioso, Cardenal. Patrón de las parturientas.
Ramón significa: “protegido por la divinidad” (Ra=divinidad. Mon=protegido)
Fiesta: 31 de agosto

Se carece de documentación fidedigna sobre los detalles de la vida San Ramón. He aquí lo que hemos podido recoger de la narración de Alban Butler y otras fuentes.

San Ramón nació de familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador, recibió la profesión de Ramón en Barcelona.

Progresó tan rápidamente en virtud que, dos o tres años después de profesar, sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de “redentor o rescatador de cautivos”. Enviado al norte de África con una suma considerable de dinero, Ramón rescató en Argel a numerosos esclavos. Cuando se le acabó el dinero, se ofreció como rehén por la libertad de ciertos prisioneros cuya situación era desesperada y cuya fe se hallaba en grave peligro. Pero el sacrificio de San Ramón no hizo más que exasperar a los infieles, quienes le trataron con terrible crueldad. Sin embargo, el magistrado principal, temiendo que si el santo moría no se pudiese obtener la suma estipulada por la libertad de los prisioneros a los que representaba, dio orden de que se le tratase más humanamente. Con ello, el santo pudo salir a la calle, lo que aprovechó para confortar y alentar a los cristianos y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos mahometanos. Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. San Ramón no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de ayudarlos.

San Ramón encaró dos grandes dificultades. No tenía ya un solo centavo para rescatar cautivos y predicar el cristianismo a los musulmanes equivalía a la pena de muerte. Pero nada lo detuvo ante el llamado del Señor. Conciente del martirio inminente, volvió a instruir y exhortar tanto a los cristianos como a los infieles. El gobernador, enfurecido ante tal audacia, ordenó que se azotase al santo en todas las esquinas de la ciudad y que se le perforasen los labios con un hierro candente. Mandó ponerle en la boca un candado, cuya llave guardaba él mismo y sólo la daba al carcelero a la hora de las comidas. En esa angustiosa situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle. San Ramón hubiese querido quedarse para asistir a los esclavos en África, sin embargo, obedeció la orden de su superior y pidió a Dios que aceptase sus lágrimas, ya que no le había considerado digno de derramar su sangre por las almas de sus prójimos.

A su vuelta a España, en 1239, fue nombrado cardenal por Gregorio IX, pero permaneció tan indiferente a ese honor que no había buscado, que no cambió ni sus vestidos, ni su pobre celda del convento de Barcelona, ni su manera de vivir. El Papa le llamó más tarde a Roma. San Ramón obedeció, pero emprendió el viaje como el religioso más humilde. Dios dispuso que sólo llegase hasta Cardona, a unos diez kilómetros de Barcelona, donde le sorprendió una violenta fiebre que le llevó a la tumba. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió el 31 de agosto de 1240. Cardona pronto se transformó en meta de peregrinaciones. Fue sepultado en la capilla de San Nicolas de Portell.

El Papa Alejandro VII lo incluyó en el Martirologio Romano en 1657.

San Ramón Nonato es el patrono de las parturientas y las parteras debido a las circunstancias de su nacimiento.

La comisión nombrada por el Papa Benedicto XIV propuso suprimir del calendario general la fiesta de San Ramón por la dificultad de encontrar documentos fidedignos sobre su vida.

Bibliografía

Butler. Vida de los Santos
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini. Un santo para cada día.
Sálesman, Eliécer. Vidas de los Santos #3

Oración: San Ramón Nonato, te rogamos por todos los católicos que sufren persecución, por los niños no nacidos y por sus padres

Santa María de Cervellón

Nació en Barcelona, España, el 1 de diciembre de 1230. De noble familia, sus padres la educaron en la vida cristiana y en el ejercicio de la caridad. Su madre la guiaba en las visitas a los hospitales y a los pobres, a los que ella trataba de ayudar de la mejor forma posible.

De una rara belleza, no sólo física sino también espiritual, fue pretendida por varios jóvenes nobles y estimulada al matrimonio por sus parientes, pero ella, guiada por el sacerdote mercedario Bernardo de Corbera (Beato de la Orden) decidió consagrarse al Señor vistiendo el hábito Mercedario el año 1260.

Aunque continuó viviendo con su familia, según lo establecía la Orden, llevaba una vida retirada, dedicando su tiempo a la oración y a las obras de caridad. Su ejemplo fue seguido por otras mujeres que quisieron imitar su estilo de vida.

Cuando murió su padre, María convenció a su madre para que se trasladaran desde la suntuosa casa que habitaban a otra más humilde y pobre, vecina al convento de la Merced, donde vivieron casi cinco años.

En el año 1265 murió su madre y ella, después de entregar todos sus bienes para la redención de los cautivos, se dedicó a una vida aún más mortificada y fervorosa.

unto a las mujeres que habían imitado su ejemplo de vida se presentó a Fray Bernardo
Corbera y éste, autorizado por los superiores de la Orden, instituyó para ellas una vida en común que comenzaron el 25 de marzo de 1265, después de pronunciar en la Iglesia de la Merced los votos de pobreza, obediencia y castidad, a los cuales añadieron una promesa especial de trabajar por la redención de los cautivos.

De esa manera superaron el estados de simples devotas y dieron inicio a una verdadera vida religiosa Mercedaria siendo María la principal animadora.

Intensificó su vida con más penitencia, oración y caridad, rezando principalmente por los navegantes y, de modo especial, por los religiosos redentores de la Orden expuestos a las tempestades y a los piratas en sus largos viajes al Africa para redimir cautivos.

La tradición habla de numerosos milagros efectuados durante ese tiempo, salvando a muchos navegantes de una muerte segura, razón por la cual el pueblo le dio el nombre de María del Socorro.

Su caridad se volcó visitando a los enfermos, ayudando a los médicos en sus curaciones y hacia los cautivos liberados, muchos de ellos postrados física y moralmente. A ellos no sólo les devolvía la salud del cuerpo, sino que además hacía resurgir en sus almas la fe olvidada.

María murió en Barcelona el 19 de septiembre de 1290 y fue sepultada en la iglesia de los Mercedarios, lugar donde se conserva su cuerpo incorrupto.

Su culto fue confirmado por el Papa Inocencio XII el 15 de febrero de 1692.
Aunque no se sabe con certeza cual fue la primera mujer recibida por la Orden de la Merced, sin duda la más importante de ellas y por tanto la fundadora de las monjas Mercedarias, fue Santa María de Cervellón.

La fiesta de Santa María de Cervellón se celebra el día 19 de septiembre.

San Serapio

Serapio Scott, de origen anglosajón, nació por el año 1179 en las Islas Británicas.

Como soldado del Rey Ricardo Corazón de León fue dos veces a Tierra Santa, en la tercera y la quinta Cruzada. En el año 1212 viaja a España con el archiduque Leopoldo de Austria, para ayudar al Rey Alfonso en la guerra santa contra los moros.

Aproximadamente en 1220 fue destinado para acompañar a Beatriz de Suecia a España, quien iba a contraer matrimonio con Fernando de Castilla. Allí se estableció y conoció la Orden de la Merced, a la cual ingresó en 1222.

Fue nombrado redentor en 1225 y realizó varias redenciones en algunos territorios invadidos por los musulmanes. En una de ellas, el año 1240, quedó como rehén, dispuesto a cumplir el cuarto voto de la Orden: “Quedarse en rehenes; dar la vida si fuere necesario”.

El dinero del rescate no llegó a tiempo y el Rey de Algeria, su captor, ordenó que le crucificaran y le arrancaran las vísceras estando aún con vida, con el fin que renunciase a su fe cristiana.

Fue un religioso de extraordinaria santidad y virtud, ejemplar en la práctica de la abstinencia, fervoroso en la oración y dotado de ardiente caridad en la redención de los cautivos.

El culto que se le ha tributado como mártir fue confirmado el 14 de julio de 1728 y el 21 de agosto de 1743 se le inscribió en le Martirologio Universal de la Iglesia Católica.
La Orden Mercedaria lo considera Patrono de los Enfermos. En San Serapio se valora la vida consagrada Mercedaria sin el orden sacerdotal.

San Pedro Pascual

Nació en Valencia, España, en ese momento en poder de los musulmanes, hacia el año 1227 y murió en la misma ciudad en el año 1300.

No hay mayores datos sobre su niñez y adolescencia. Sólo se sabe que, iniciada su carrera eclesiástica, fue a perfeccionar sus estudios a París, doctorándose en la Sorbona. De regreso a España se hizo religioso Mercedario y se dedicó a la redención de los cautivos. En esa época hizo gran amistad con el príncipe Sancho, hijo del Rey Jaime I de Aragón.

Era abad de San Miguel de Trasmiras cuando, encontrándose en Roma, el Papa Bonifacio VII lo eligió Obispo de Jaén, el 13 de febrero de 1296. El 20 de febrero de ese año fue consagrado por el Cardenal Acquasparta en la capilla de San Bartolomé de la isla tiberina en Roma.

Cuando realizaba la visita pastoral a su diócesis cayó en manos de los musulmanes, permaneciendo cautivo cerca de tres años. En las mazmorras de Granada escribió varias obras para defender la fe católica contra los musulmanes y los judíos, y para mantener viva la esperanza de los cristianos que estaban cautivos junto a él. Entre ellas se encuentran “Glosa a los Diez Mandamientos”, “Glosa al Padre Nuestro”, “Biblia Pequeña” y “Vida de Cristo” De su “Glosa al Padre Nuestro” se dijo… “es, tal vez, el primer comentario ascético-místico que se redactó en nuestra patria y uno de los monumentos más bellos de la literatura medieval”.

Basta analizar sus escritos para evidenciar, sin ninguna duda, su condición de Mercedario. Es destacable, sobre todo, se defensa de la Inmaculada Concepción de María, cosa muy normal en la Orden Mercedaria.

Después de muchos sufrimientos, el 6 de enero de 1300 fue decapitado por los musulmanes, aún vestido con los ornamentos con que había celebrado la Santa Misa.
Sepultado en la catedral de Baeza, su sepulcro ganó celebridad por las gracias que el Señor concedía por su intercesión. Su culto inmemorial fue confirmado por la Iglesia en 1670 y su canonización se llevó a efecto en 1675.

La fiesta de San Pedro Pascual se celebra el 6 de diciembre

Beata Mariana de Jesús

Mariana de Jesús nace en Madrid el 17 de enero de 1565; sus padres, Luis Navarro y Juana Romero la hicieron bautizar cuatro días después de su nacimiento. Cuando Mariana tenía nueve años perdió a su madre quedando a cargo de sus cinco hermanos pequeños junto a su padre, quien contrae al tiempo después nuevo matrimonio lo que atrajo a Mariana muchos sufrimientos. A la edad de 23 años padre y madrastra quieren imponerle matrimonio para deshacerse de ella, mas ella renuncia a tal propuesta y se consagra a Dios, pues ya había elegido Esposo. No le fue fácil convencer de esta su libre decisión; debió luchar contra su pretendiente, llegando a cortar su cabello por sus propias manos para desanimarlo.

Hecha la opción por seguir a Jesucristo, Mariana se entregó a la oración y a la vida retirada, lejos de las preocupaciones familiares y del mundo. No le fue nunca fácil. En este camino necesitó de la ayuda de sus confesores y director espiritual. Debió sufrir grandes aflicciones espirituales al no ser comprendida por su primer director espiritual, el padre Mercedario Fr. Antonio del Espíritu Santo. El mismo confesor le recomendó buscar a otro, cosa que aconteció en el Santuario de la Virgen de los Remedios en Madrid; el Mercedario Fr. Juan Bautista González fue su confesor hasta la muerte de Mariana. Ella misma ha dejado memoria de la ayuda y sabiduría de este santo religioso, fundador de los Mercedarios Descalzos y conocido como Fr. Juan Bautista del Santísimo Sacramento. Este confesor y director espiritual supo comprender y guiar el espíritu de Mariana por la senda de la santidad imitando al Divino Maestro.

Mariana de Jesús sobrellevó un gran calvario físico y espiritual y, una vez liberada de la tutela paterna, ubicó su residencia al lado del convento de los Mercedarios ya que por sus limitaciones de salud física, no podía profesar como religiosa. Es Mariana un excelente modelo de santidad laical en la Orden de la Merced.

Supo descubrir en sus aflicciones físicas también un camino para la santidad. Desde su pequeña casa atendió las necesidades de los pobres y enfermos, cosa que no le impidió dedicarse al cultivo de la piedad hacia la Santísima Virgen y al Santísimo Sacramento con el cual mantenía su unión fecunda y constante. Comprendió Mariana que a Cristo Sacramentado le agrada más estar en los corazones de los fieles y no tanto en los hermosos sagrarios, porque éstos no aman como lo puede hacer el corazón humano. Cultivó la unión amorosa de día y de noche con el Señor en la Eucaristía.

Mariana fue admitida a la profesión como terciaria Mercedaria en 1616, después de haber superado las dificultades de su salud física y las congojas de su espíritu. De esta manera, Mariana asumía el camino de la espiritualidad redentora Mercedaria tan acorde con los sufrimientos que llevaba en su cuerpo desde pequeña.

El milagro de la Beata Mariana es sorprendente. Su cuerpo estaba debilitado por causa de los males que sufría. Murió el 17 de abril de 1624. Su cuerpo permaneció dos días para que los fieles pudieran demostrarle su postrer homenaje. El cuerpo de Mariana permanece incorrupto y flexible. Ha sido sometido a análisis médicos y la constatación es la misma: el cuerpo de Mariana está incorrupto y flexible. El 18 de enero de 1783, el Papa Pio VI la declaró Beata y la fiesta de su beatificación se celebró en el Vaticano el 25 de mayo de 1783. Al cumplirse 300 años de su muerte en 1924 nuevamente se examinó su cuerpo encontrándoselo incorrupto y oloroso. En 1965, al celebrar los 400 años del nacimiento de Mariana, se vuelve a constatar lo mismo.

La Fiesta de Beata Mariana de Jesús se celebra el 17 de abril.

San Pedro Armengol

En Guardia de Prats, tierra de olivos, de avellanos y de vides, pueblecillo cercano a la noble villa tarraconense de Montblanch, nació Pedro Armengol, cuando ya el siglo XIII daba pasos firmes por la pista del tiempo.

Creció Pedro en la holganza, que por algo era una de las más nobles familias catalanas, descendiente de los condes de Urgell. Soplaban buenos vientos para el reino aragonés, ya que Jaime I estaba ganándose a pulso el sobrenombre de “Conquistador”. Caída Mallorca, liberada del moro Valencia, precisamente en el año 1238, el que se supone como fecha de nacimiento de Pedro Armengol, la nobleza feudal sentía alentar en sí todas las ínfulas de poderío y rango. Por el plácido, humanísimo paisaje tarraconense pasaban los campesinos, yendo y viniendo en sus tareas, cuidando el trigo y las legumbres, mimando la uva y la oliva que habrían de dar sus zumos. El trabajo era para ellos, humildes siervos, mientras, la ociosidad para Pedro Armengol, libre de infantiles cargas y sinsabores, creciendo a la próxima sombra del castillo de Montblanch. Para el niño, para el chaval, para el adolescente Pedro Armengol quedaba el ejercicio en lides de armas, justas y mando, semilla de soberbia.

Crecían bajo la tierra las semillas, crecía bajo el pecho de Pedro Armengol la semilla de la altivez. Para los nobles feudales no había barreras, ni derechos de los inferiores que guardar, ni recatos de las mozas que respetar: el noble era un ser superior, y superiores eran sus prerrogativas. Bien se estaba aprendiendo esta lección Pedro Armengol, y muy joven ya, imberbe casi, supo hacerse temer de siervos y maridos. Empezaron a correr de boca en boca las noticias de sus hazañas: una riña vengativa con algún joven noble un día, y otro un atropello inicuo, y otro el eco de sus risas juveniles en una partida de desenfreno.

Pero poco era todo eso para Pedro Armengol. Forjaba en su magín imaginadas gestas futuras, peanas para la soberbia. Los tiempos eran propicios para acunar ensueños bélicos y a Pedro Armengol no le bastaba ser como tantos: quería ser el primero, sin poder encima y con poder absoluto sobre otros. Bien estaba que corrieran de boca en boca sus hazañas, pero existían otras que podía realizar y que aún aumentarían su prestigio. Además, su altanería le había malquistado con otros nobles, y el rencor de Pedro Armengol no podía tolerar enemiqos. Era preciso que no existiese otra ley que la que él dictara, y un mal día Pedro Armengol abandonó sus lares y sus tierras, menguado campo para su sed de dominio, y cabalgó por tierras catalanas, por montes y prados, por valles y pedregales, por bosques y hondonadas, por riscos y ribazos, a la cabeza de una partida de bandoleros sin cesar engrosada. Ahora sí que el revuelo de sus hazañas se extendía, ahora sí que el temor a su presencia crecía, ahora sí que existía una sola ley, la del noble Pedro Armengol convertido en capitán de bandidos. Lugarejos y casas solitarias conocieron su irrupción súbita y furiosa, pechos humanos la fuerza de su brazo homicida, pobres gentes las exigencias inquebrantables de aquél joven -apenas veinte años tenía- robusto, enérgico, cruel, renegrido por el sol y el humo de las fogatas nocturnas en las cuevas protectoras.

Corría el tiempo bajo la mirada de Dios, corría el agua bajo los puentes, corría bajo el cielo mediterráneo la partida-polvorienta, sudorosa, temida, inmisericorde- del capitán de bandidos Pedro Armengol.

Pero Dios trabaja pacientemente en sus celadas amorosas, forjando planes, tendiendo lazos, levantando la caza para que luego caiga -no abatida sino liberada-, en sus manos que la estaban esperando. Dios también puso celadas de amor a aquel cabecilla de bandoleros que ignoraba, entre sus aventuras y tropelías, lo que le aguardaba. Si innúmeros son los caminos, también las celadas. He aquí cómo fue la preparada para Pedro Armengol.

El rey Jaime I estaba en la cima de su poderío, y poco antes había pacificado las tierras de Valencia de las últimas sublevaciones morunas. Fue preciso pensar entonces en la estabilización de otras fronteras, y don Jaime dirigió su mirada hacia el norte, hacia las regiones pirenaicas sobre las que pesaba la amenaza de las reivindicaciones francesas cuyos monarcas pretendían tener feudo sobre Cataluña, heredado de los carolingios. Se imponía la necesidad de un pacto que delimitara convenientemente los derechos de uno y otro país, con las oportunas renuncias por ambas partes y la creación de lazos familiares por el en aquel entonces sólito procedimiento de un concertado enlace matrimonial.

Para todo ello era necesaria una entrevista. Mas… Mas la época era revuelta, la autoridad real no llegaba a todos los rincones del territorio, y extensas regiones eran escenario de distintos caudillajes que podían hacer peligrosa la ruta de don Jaime de Montpellier. Premisa previa para el viaje era la limpieza de caminos y comarcas, liberándolos de bandidos y salteadores. El rey encomendó la tarea a un noble de acreditada fidelidad, prudencia y empuje, Arnoldo, descendiente de los condes de Urgell, padre de Pedro Armengol. Arnoldo se puso en marcha con sus hombres, dispuesto a cumplir el encargo del rey, y sintiendo latir al unísono en su corazón la esperanza y el temor.

Esperanza, porque como padre amoroso andaba desde tiempo sobre la incierta pista de su hijo, y acaso la misión encomendada le permitiera toparse con el hijo perdido, y temor porque quizá pudiese confirmar plenamente los rumores que corrían acerca de Pedro Armengol. En aquel tiempo, en que las distancias eran enormes comparativamente con los medios de transporte y de información, no es cosa de extrañar que las noticias que corrían sobre el joven noble que nació en Guardia de Prats fueran imprecisas y contradictorias: quién aseguraba firmemente haberle visto a la cabeza de una tropa de rufianes, quién lo negaba con parecida energía, quién lo situaba en el Pallars, quién en el Bergadá, quién en la Maresma. Combatido por el temor de que Pedro Armengol fuese realmente cabecilla de bandidos y por la esperanza de que el temor se disipara o cuanto menos se concretase en algo menos ofensivo para su honor y su amor, Arnoldo inició el recorrido por tierras catalanas, preparando el camino del rey.

Y sucedió que no fue solamente el camino del rey Jaime el que preparó, sino el del Rey de cielos y tierra en su ruta hacia el pecho de Pedro Armengol. Se enfrentó Arnoldo, en su misión, con una de las partidas de bandoleros que más quebraderos de cabeza y peligros le traían. Por la noche, a la luz de las estrellas y del rescoldo del fuego castrense, meditaba una y otra vez Arnoldo en los informes que le iban llegando, y que coincidían en su mayoría en señalar como jefe de la banda de insurrectos a un hombre joven que Arnoldo identificaba con aquel hijo que un día partió de los lares y al que ya no había vuelto a ver. La amorosa celada de Dios iba concretándose, y su instrumento fue una hábil estratagema de Arnoldo, ansioso de cerciorarse de sus sospechas de modo que no se derivara daño para su hijo. La estratagema surtió efecto, y el capitán de bandoleros Pedro Armengol fue desenmascarado ante su padre y perseguidor, Arnoldo. La celada, el lazo se había cerrado, y el otro perseguidor -el divino- cobraba la pieza tras la cual iba desde tiempo.

Por algo ha quedado en el diccionario la palabra nobleza como sinónimo de sentimientos elevados, de grandeza de ánimo. Fue esa nobleza la que salió a luz en el joven Pedro Armengol cuando se vio desenmascarado. Aquello le enfrentó con la imagen real de sí mismo, sin velos ni engaños, y la imagen que le devolvía el espejo de aquella situación límite -no inventada, por cierto, por los novelistas de hoy- fue asaz desagradable, y la vergüenza le invadió. Ante su padre no valían simulaciones ni bravatas, no podía convencerse a sí mismo de que lo que estuvo haciendo durante aquellos años era digno de su alcurnia ni de su honra. No quedaba, tras aquella evidencia, tras aquella luz súbita que sucedía a la anterior obscuridad, más salida que cambiar. Y Pedro Armengol, un día jovenzuelo altanero y vengativo, un día facineroso sin piedad y sin ley, cambió.

A inicios de aquel siglo, y en tierras catalanas, se había fundado una orden que no podía dejar de atraer al joven noble arrepentido. Fue uno de tantos a quienes llegó la influencia de aquella ceremonia fundacional celebrada en la catedral de Barcelona el 10 de agosto de 1218; fue uno de tantos que se sintieron movidos por la estupenda empresa de redimir cautivos. No es raro que Pedro Armengol orientara su vida nueva por el camino marcado por la Orden Mercedaria: era empresa generosa, y ya se dijo que Pedro había guardado en sí, pese a sus defectos, aquel espíritu magnánimo del buen noble, aquel ánimo caballeresco, “desfacedor” de entuertos, aunque muchos hubiera cometido ya en su corta vida. Y sobre orden religiosa, con los tres votos, fue durante un siglo orden militar, lo que probablemente hubo de atraer asimismo al joven noble, crecido en un ambiente que tenía a la milicia como la alta ocupación de las gentes de rancio linaje.

Sea como fuere Pedro Armengol, abiertos sus ojos a la luz, entró en la nueva orden, despojado de armas homicidas, soberbias, rencores e ilusiones vanas, y provisto de un espíritu de humildad y penitencia que hubieron de quedar bien patentes en su vida conventual barcelonesa con los mercedarios. De las cabalgatas alocadas por tierras catalanas a los paseos meditabundos en una angosta celda iba un mundo, y difícilmente le hubieran reconocido en aquel personaje e hábito blanco los que le trataron anteriomente.

Pero un espacio mucho mayor que el de una celda iba a conocer la sinceridad de sus virtudes y el temple de su ánimo generoso. Tierras peninsulares supieron de aquel hombre que predicaba la redención de cautivos, que vivía en pobreza, que iba y volvía con los rescates liberadores de infelices presos. Tierras africanas le vieron llegar un día, en frágil leño, llevado por idénticos propósitos. Y tierras africanas supieron del loco -“la locura de la cruz”- empeño a que se entregó Pedro Armengol. Si el hecho de quedarse en rehenes no era voto especial, sí era cosa corriente, y aquellas palabras mercedarias posteriores, “quedaré en rehenes en poder de los sarracenos si fuere menester para la redención de cautivos cristianos”; fueron muchas veces encarnadas heroicamente.

Por ejemplo, por Pedro Armengol, que quedó en rehenes para liberar a dicho niños víctimas de prisión, como tantos cristianos, luego de piraterías e incursiones del moro. Pedro Armengol, aquel hombre que había puesto pavor a las gentes con la fuerza de su poder y de su brazo, dictador de leyes, se sometía ahora voluntariamente al poder de unos niños, de unos seres débiles e indefensos, y para liberarlos seguía fielmente el ejemplo de la ley de amor que dictó otro brazo, precisamente aceptando que le clavaran en el madero de la cruz. A imitación del Maestro que había elegido, Pedro Armengol salvaba a unos niños a trueque de quedar clavado en una prisión.

Quien conoció el dulzor del aire libre, quien saboreó en tiempos la quietud de una noche sin fronteras y el goce profundo de moverse, respirar y vivir en unas tierras sin horizontes, conoció ahora, y durante largo tiempo, el aire viciado de mazmorras y ergástulas, la invitación inalcanzable de la noche tras una aspillera, el horizonte inmediato de cuatro paredes fétidas. Y todo, escogido voluntariamente, cautivo y víctima por su libre elección.

En Bugía, la “Meca pequeña” de los berberiscos, estuvo Pedro Armengol al filo de la muerte, en un verdadero martirio aceptado. Había salido de la prisión para conocer en la horca la ejecución de la sentencia. Suspendido estuvo en el armatoste mortífero varios días, y las gentes se maravillaban de que aquel condenado no muriese, y aducían, estupefactos, extraños favores infernales. Favores, sí, mas no precisamente del infierno, sino de la Madre de Dios, que le asistió y sostuvo durante los días y las noches en que Pedro Armengol permaneció en la horca, como hubo de confesar luego por obediencia. Quien por amor a Dios había liberado con su sangre y su vida a tantos cautivos se veía ahora liberado por Dios de la muerte inmediata. De aquel hecho le quedó, ya para siempre y como huellas visibles, una extremada palidez y el cuello un tanto torcido.

Inescrutables son los designios divinos, pero acaso humanamente pueda pensarse que si fue salvado de la horca fue en alguna medida por que el ciclo de su vida no hubiese quedado completo. Porque Pedro Armengol había abandonado sus pasadas pasiones y testimoniado sobradamente sus virtudes; pero ¿no convenía acaso que ese hermoso ejemplo fuese dado precisamente allí donde escandalizó? Y allá, a su pueblo natal, Guardia de Prats, fue a parar durante los últimos años de su vida, luego de su vuelta a la Península. En aquellas tierras de olivos, de avellanos y de vides, a la próxima sombra del castillo de Montblanch, en el plácido, humanísimo paisaje tarraconense corrieron los últimos años de la vida de Pedro Armengol, como corrió su infancia y su juventud primera. Y si entonces dejó ejemplo de orgullo, de sinrazones y de desenfreno, los habitantes de aquellas tierras pudieron ahora comprobar día a día, asombrados y quizá incrédulos al pronto, convencidos y admirados luego, el ejemplo de la caridad y abnegación del mercedario Pedro Armengol. Un día fue temido y hasta odiado, hoy era con todavía mayor unanimidad y fervor venerado. Allá donde había escandalizado, edificaba ahora; allá donde creció su celo egoísta se derramaba ahora su celo altruista; allá donde mostrara los frutos de la soberbia mostraba ahora los frutos ubérrimos de la caridad; allá donde se hizo temer por su altivez se hacía querer ahora por su humildad.

Cuando murió -se señala la fecha de 1304- la vida de Pedro Armengol estaba completa en su ciclo, y también en sus tierras natales quedaba el testimonio fecundo de la prodigiosa transformación de aquel joven noble. De aquel noble trocado voluntariamente en cautivo, de aquel capitán de bandidos convertido en generoso siervo de los hombres por amor de Dios.

Mártires Mercedarios de la Provincia de Aragón

El día 13 de diciembre de 2011 se aprobó la beatificación del P. MANUEL ALCALÁ PÉREZ y 18 religiosos mercedarios Mártires en la persecución religiosa española en 1936.
Esta será el 13 de octubre de 2013 en Tarragona.

El Papa Francisco autorizó el 5 de julio del 2.013 a la Congregación para las Causas de los Santos a publicar cuatro decretos, correspondientes a mártires del siglo XX en España.

En total, el domingo 13 del próximo mes de octubre, serán beatificados en Tarragona 522 mártires.

“El P. Mariano Alcalá Pérez, once sacerdotes y siete hermanos cooperadores sufrieron martirio por su condición de sacerdotes y religiosos en la persecución religiosa de 1.936-39, en los meses de julio, agosto, septiembre y noviembre de 1.936 siendo los lugares de martirio las poblaciones de Andorra, Muniesa, Hijar, Estercuel en la provincia de Teruel, Binéfar (Huesca), Lleida, Barcelona, Matamargo (Lleida) y Lorca (Murcia).”

Del grupo de beatos mártires tres eran conventuales de Barcelona (PP. Carbonell, Reñé y Fray Antonio), seis de Lleida (PP. Tomas Francisco, Morante, Massanet, Alcalá y Fray Serapio), dos de San Ramón (P. Amancio y Fray Francisco), siete de El Olivar (PP. Gargallo, Sancho, Pina y los hermanos Pedro, Antonio Trallero y Codina) y el padre Lorenzo Moreno que estaba en Lorca atendiendo a su madre. Mueren a consecuencia de su fe y en zonas controladas por milicias y tribunales revolucionarios tras la sublevación militar del 18 de julio de 1.936 (Barcelona, Lleida, Binéfar, Matamargo, Muniesa, Estercuel, Andorra, Hijar y Lorca)

En los primeros meses la guerra Patrullas de Control dominan las calles; ser identificado como sacerdote o religioso es sinónimo de muerte; se generalizan los saqueos, la quema de iglesias y los edificios religiosos se convierten en cárceles, garajes o almacenes. Es entre el 19 de julio y finales de septiembre cuando ocurre el mayor número de asesinatos del clero, pues ya en este mes aparecen los Tribunales Populares que ofrecen a los acusados unas mínimas garantías judiciales. Y son las columnas anarquistas, que parten desde Barcelona hacia el frente de Aragón, quienes dejan un rastro de muerte y destrucción: quema de iglesias, asesinato de clérigos y colectivización forzosa de la tierra, ayudados por elementos locales. Es en este contexto donde los conventos mercedarios de Barcelona, Lleida, San Ramón y El Olivar son devastados y la mayoría de sus religiosos martirizados.

Unos perecen en los llamados “paseos”; otros tras sufrir torturas y abusos; algunos tras refugiarse en la cárcel de Lleida, esperando encontrar seguridad “detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa…se les ha dado caza y muerte de modo salvaje…”(Manuel Irujo, Ministro de la República. 7 de enero de 1.937). Víctimas de una persecución religiosa, eran personas pacificas dedicadas al culto en las iglesias de los conventos, a la predicación, la enseñanza en dos colegios, la formación de seminaristas, la portería, la cocina, el cultivo agrícola…

Mueren rezando y perdonando (PP. Alcalá, Lorenzo, Pina y Amancio); afirman su identidad: “Soy sacerdote y provincial de los mercedarios” (P. Carbonell), “en medio del Tedeum oí cómo los padres perdonaban a sus carniceros…quienes gritaron: ¡Viva Cristo Rey!” (PP. Gargallo y Sancho); sin temor “No tengo miedo, viva Cristo Rey!”(Fr. Pedro y Fr. Antonio)“caminaron como mansos corderos… respondieron inflexibles ¡viva Cristo Rey!, me enfurecí tanto que disparando con la pistola los maté” (Hermanos Codina y Trallero); invocan a santa María “Virgen Santa, Madre mía, ampáranos” (Fr. Antonio); se despiden en la fe “Adiós hermanos hasta la eternidad….” (PP. Campo, Llagostera, Massanet y Fr. Serapio). Defienden sus creencias y su derecho a la libertad religiosa con la vida, sólo hallamos perdón en sus labios y profesión de fe en el Resucitado.

Una vez acabada la guerra se localizan sus restos y trasladan con gran recogimiento y solemnidad al panteón de El Olivar los cuerpos de cinco mártires. En el año 2.013 traemos las reliquias delpadre Mariano Alcalá desde su tumba en Andorra a El Olivar; en Matamargo quedan sin posibilidad de identificación los restos de Fray Francisco Mitjá; los restantes cuerpos se han perdido. El 31 de mayo de 1.957 la Merced inicia en Lleida el Proceso Diocesano de reconocimiento de martirio, que permite a la Sagrada Congregación de Ritos en 25 de noviembre de 1.962. El 13 de diciembre de 2.011 la Asamblea de Cardenales y de Obispos de la Congregación para los Santos en Roma aprueba la beatificación de Fray Mariano Alcalá Pérez y 18 compañeros mártires, asesinados por odio a la fe en 1.936. Ellos son un signo de amor, de perdón y de paz; son profecía de un mundo nuevo.

El ahora Papa Emérito Benedicto XVI el 19 de diciembre del 2.011 autorizo la promulgación del decreto de “super martyrio”. Beatificados el día 13 de octubre del 2.013 en Tarragona. Los cuerpos de los mártires PP. Mariano Alcalá, Mariano Pina y de los Hermanos Pedro Esteban, Antonio Lahoz, José Trallero, Jaime Codina reposan en la iglesia del Convento de santa María del Olivar (Estercuel Teruel).